Cuando la tormenta se ha retirado lo suficiente para ver con un poco de claridad el cielo, cuando el huracán ha menguado y sus vientos por fin parecen ser apenas una brisa, podemos respirar. Ya respiro mejor, lo aseguro. Pero eso no quiere decir que no haya días en que no me vuelva a sentir como un granito de arena arrastrada por potentes olas. Que no haya días en los que la asfixia parece ser el mejor de los escenarios, en medio de tanto dolor.
Hace dos años murió Nikté. A veces siento como si hubiera pasado toda una vida y tuviera apenas un ligero recuerdo de aquellos días. Otras ocasiones, como hoy, se siente tan vívivo como el sueño que tuve anoche. No hay día en que no piense en ella. Si todo hubiese ocurrido como estaba proyectado, ahorita, en vez de escribir estas letras estaría molestando a Gerardo para planear sus 2 años de edad, que cumpliría en una o dos semanas.Pretendería honrar las palabras que escribí para ella cuando estaba embarazada: dejarla ser feliz, ayudarla a crecer. En mi imaginario soy una buena mamá con ella, aunque en realidad eso nunca lo sabré, nunca lo sabremos. Porque hay momentos que cambian nuestras vidas para siempre. Y en mi caso, ese momento fue acompañado con las palabras del ginecólogo diciéndome “no, Perla, no hay latidos”. 38 semanas y media tenía. Perfectamente formada. Perfectamente hermosa. Perfectamente mi hija. Cuando aquellos días ocurrieron hubo momentos en los que quise creer que estaba conmigo, aunque soy atea y pienso que no hay nada más allá de la muerte. Dejamos de existir en este lugar y todo termina. Pero en esos instantes buscaba un poco de consuelo a mi propia pérdida.
Nikté murió justo el día en que armamos su cuna. Ese día la dejamos lista y tomé varias fotos para compartirlas con mi familia. El colecho ya estaba al lado de la cama, listo para recibirla, sin imaginar que ese mismo 30 de noviembre sería el último en que sentiría sus alocados movimientos.
Dos días después, cuando Gerardo fue a recoger sus cenizas, justo en el momento en el que me llamó para decirme que se las acababan de entregar y me mandó una foto con aquellos restos que recuerdan, por su color, a arena blanca de alguna paradisiaca playa mexicana, la leche comenzó a brotar a mares, por primera vez, de mis senos adoloridos. En ese punto tenía grandes dolores. El terrible dolor del cuerpo, destazado por una cesárea y una tos horrible que me hacía llorar. Y el dolor emocional de la pérdida y la muerte. Han pasado dos años desde entonces. Ahora Nikté nos acompaña, a su papá y a mí, en sendos collares que siempre traemos con nosotros. Ahí, apenas algo de sus cenizas están más cerquita de nuestros corazones. Aunque ella, completa, siempre acompañará el resto de nuestras vidas, mientras que nuestras vidas sean. Porque algún día dejarán de ser.
Autor: Perla Velasco
Acerca del Autor: Perla es Editora y la mamá de Nikté.
Tu donativo se utiliza para el mantenimiento de este sitio web y para poder seguir acompañando a las familias en duelo.