El primer aniversario.

A un año, mi pequeñita

Hace un año mi corazón se rompió por completo. Comí un chocolate, me recosté del lado izquierdo, fui por el estetoscopio que mi tío tiene en casa de mi abuela, me oí la panza. Nada. Estoy exagerando, pensé. Cuando llegamos a casa le dije a Gerardo: “Háblale, acaríciala”. Lo hizo. Y nada. Estoy exagerando, volví a pensar. Me dormí con la mano en el vientre, como hacía desde unos meses antes. Me desperté, fui al baño, almorcé. Siempre que hacía esa rutina, ella se movía como loquita. Y ahora, nada. Había unos movimientos apenas perceptibles, pero no tenía la certeza de que fuera ella o si era mi intestino, en digestión. Le hablé a mi ginecólogo. “Ven antes de las cuatro”, me dijo. Y ahí estuve. Le conté todo. “Pasa para revisarte”. Me acostó, prendió la pantalla y el aparato para auscultar mi vientre. Nada se escuchó. Silencio. Uno de esos que calan hasta los huesos y que es tal, que invade todo el lugar. Que ahoga a quien lo siente, que asfixia, que mata poquito. No estaban sus latidos, su corazón moviéndose aprisa se había ido. No se movía, no mostraba su trasero, como siempre que queríamos verla. Y nada. “En efecto, Perla, ya no hay actividad fetal… ¿quién viene contigo?”. “Nadie… pero en unos minutos llega Gerardo y mi mamá”.“Entonces hay que esperar a que leguen para decidir qué quieres hacer”. Me levanté. La joven practicante de medicina tomó mi hombro. “Lo siento”, dijo. Apenas asentí. Me senté en la sala de espera, apartada del resto.

Llegó Gerardo, enseguida me levanté. Me abrazó. “Está muerta”, le dije. Y me eché a llorar. A los pocos minutos llegó mi mamá. “Ya estoy aquí, chiquita, todo va a estar bien”, dijo enseguida, dirigiéndose y acariciando mi panza. “No, mamá, ya está muertita”. Recuerdo que me tomó la mano y comenzó a llorar. Entramos de nuevo con el médico, hubo una nueva revisión. Se hizo la confirmación. Decidimos qué haríamos. Me mandaron al hospital, me internaron. Cesárea. Sacaron a Nikté. Las enfermeras “la bautizaron”, en un acto simple y porque creyeron que era adecuado. Su papá la cargó en brazos. Yo apenas pude acariciar su cara. Su cabello negro, ensortijado, tupido. Y ese día mi corazón se rompió por completo. Y me quedó un hueco que siento todos los días en la boca del estómago. Y me lamento por no haberla podido cargar, porque mis brazos estarán vacíos siempre. Y me culpo y me castigo una y otra vez por haber dejado que factores ajenos a mi embarazo me afectaran. ¿Porque de quién más podría ser la culpa de haber fallado como protección, de haber sido una mala incubadora, de haber fracasado como caparazón? Y ese pensamiento me ronda todos los días, desde hace 365 días, aunque sea por un momento. Sí, hace un año que mi corazón se rompió por completo.

Nota: No te angusties, si piensas que tu cuerpo, «la incubadora» como dice Perla, no sirve, es normal sentir culpa al inicio del duelo, es normal culpar a tu cuerpo, pero la realidad es que aquí no hay culpas, solo cuerpos humanos funcionando de formas distintas, ten la certeza que hiciste todo lo que pudiste haber hecho y que si estuviera en ti seguramente tú hijo o hija estaría vivo.

Autor: Perla Velasco
Acerca del Autor: Perla es Editora y la mamá de Nikté.

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